La industria tenía un serio problema y lo sabía: si tenía que retirar toda la grasa incorporada a sus alimentos, tal y como rezaba la nueva legislación impuesta por el Congreso estadounidense a principios de los ochenta, la mayor parte de sus alimentos no sabrían a nada. Tenían que solucionarlo de algún modo o se arriesgaban a un futuro incierto donde la estabilidad del mercado podría llevarse su negocio por delante.
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