A mediados del siglo pasado la policía irrumpía a veces en los cines españoles sin avisar, y encendían unas potentes linternas con las que sorprender in fraganti a las parejas que se acariciaban y se entregaban, amparadas por la oscuridad, a los placeres más variopintos. Siempre se sentaban en las últimas filas, cerca de la pared y nunca en el pasillo.
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