A finales de los 90 la tecnología en Barcelona era un campo abonado pero aún sin frutos. El sector competía frontalmente por un espacio premium —tanto físico como humano— contra el mayor motor económico de la zona: el turismo. Un motor que mientras escribo estas líneas genera amargos debates políticos y sociales en la ciudad, pero al que sigue siendo difícil renunciar. En el sur de Europa habrá muchas capitales con playa, pero sólo una hizo una apuesta estratégica por la economía del conocimiento apoyada por una regeneración urbana.
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