Con tanta lentitud como incredulidad, la cultura británica está despertando de una de sus más primitivas supersticiones: la creencia de que durante los once años que Margaret Thatcher estuvo al frente del gobierno, los intelectuales ofrecieron una resistencia unánime y feroz a sus políticas. Esta fantasía ha mantenido su poder de encantamiento apoyada sobre dos dañinas pero muy extendidas falacias.
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