Hubo un tiempo en que en Argentina se enviaba a los delincuentes más peligrosos a cumplir condena al fin del mundo. De la cárcel de Ushuaia, la ciudad más austral del planeta, muchos lograban escapar, pero el frío y el aislamiento hacían de esa breve libertad la mayor de las prisiones. "La máxima seguridad no la daban las puertas o las rejas. De hecho, no existía un muro que separaba el presidio del pueblo. No había forma de irse", cuenta Fernanda Fuentes, una de las guías del museo en que se ha convertido la vieja prisión.
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