La sangre de ciudadanos estadounidenses, iraníes e iraquíes que perecerán en las próximas semanas mancharán las manos de Trump, conforme esta guerra nunca fue inevitable, y tampoco sirve al interés americano. Seguramente, se convertirá en una debacle, así como también en devastación para todas las partes involucradas. Y, perfectamente, podría consignar el fin de las aspiraciones imperiales de los Estados Unidos en Afganistán, Irak, Siria y Libia. Esperemos que así sea.
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