Un autor debería darse cuenta del momento en que ya lo ha contado todo sobre unos personajes y en el que volver a ellos una y otra vez supone el echarlos a perder. Anne Rice se enamoró de sus vampiros y ese amor los hirió más profundamente que los rayos del sol. Lestat, ese príncipe de las tinieblas malcriado que se destapó en la primera novela de la saga como el chupasangres más atractivo de la historia de la literatura desde el conde Drácula,ha acabado pareciéndose más a un vampiro ñoño preocupado por conocer el sexo de los ángeles.
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