Quizá la mejor manera de definir a Alberto Rodríguez (Sevilla, 1971) sea parafrasear a su amado John Ford y decir que no es más, pero tampoco menos, que un hombre que hace películas. Un contador de historias que ha conseguido convertir su pasión en su oficio, compartiéndolo además con el mismo grupo de amigos con los que empezó a hacer cortos y a soñar que todo era posible. Hoy es uno de los directores más importantes de este país, pero su humildad y sencillez denotan que tal vez él aún no se haya enterado.
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