Bajo el mar, a unos cientos de kilómetros de la costa gallega, late olvidada una auténtica bomba de relojería. Son las 140.000 toneladas de residuos nucleares que se depositaron durante décadas en el fondo marino, en la conocida como Fosa Atlántica, una práctica que no cesó hasta el histórico estallido de protesta de 1982, embrión del activismo ecologista en nuestro país. Transcurridos más de 35 años, ninguna autoridad controla el riesgo de fugas en unos bidones sometidos a la presión de 4.000 metros de profundidad y a la corrosión del agua del
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