La tercera ley - ciencia y ficción
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El señor que cantaba ópera en el metro

Se ponía en una esquina y cantaba ópera. Pero no un poquito, a pleno pulmón. Como sólo puede ser cantada la ópera, supongo.

Hasta el punto de poder advertir desde lo lejos como, ya por su incipiente senectud o por lo álgido del pasaje, se le coloreaba el pálido rostro y se le tensaban las facciones.

Era el señor loco que cantaba ópera en el metro, lo veías de vez en cuando. Aunque tal vez para su familia hubiera sido alguien más, un hijo o tal vez también un padre.

Supongo que eso es la que concluíamos todos tras un primer vistazo, una primera audición.

Luego pusieron hilo musical y le jodieron. O se murió. O dejó la ópera.

Entraría en la categoría de músicos callejeros, y de categoría. Pero, a resultas de su género predilecto, las fuerzas del orden, que a buen seguro fueron los únicos que alguna vez interrumpieron un recital, no lograban hacer mucha mella, pues no había equipo ni instrumentos que sustraerle, así que en cierto modo tuvo una carrera bastante longeva.

Tal vez, he llegado a pensar con los años, si alguien le hubiera preguntado, hubiera hallado a un hombre perfectamente cuerdo.

Y simplemente le gustara más la acústica de los andenes que la de su sala de estar. Y le sudaba del todo la polla lo que pensaran los demás .

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Regreso a Savageland

SAVAGELAND:

www.youtube.com/watch?v=jyJLF1cL2r0

 

 Regreso a Savageland

Conocí el caso 13 años después. Nunca me han asustado los casos fríos, más bien al revés. Lo normal es husmear sobre el terreno, hablar con todo el mundo. Lo cierto es que nunca lo he hecho. Seguramente porque no es mi profesión y mi interés se limita a una suerte de afición que tal vez algunos podrían considerar morbosas o sórdida.

No lo veo de esa manera, no tengo un especial interés por los crímenes en realidad, más bien por los rompecabezas. El reto es solucionar problemas que no han podido resolverse. Así que para mí un caso frío por el que han pasado tantos como abandonado sin resolverlo es sólo un caso más.

No quiero aburrir a nadie con mis pequeños éxitos y grandes fracasos, pero en cuanto me crucé con la historia fue como un flechazo. Y lo cierto es que no me había sucedido de ese modo hasta ahora. Supongo que a medida que uno se hace viejo va adquiriendo un bagaje, le acompaña cada vez más equipaje, ya sea para bien o para mal. Antes de que me contaran el final de la historia, sabía exactamente lo que había sucedido. Y sólo había una persona que lo podría corroborar: Francisco Salazar, el único superviviente de la masacre que el 2 de junio de 2011 asoló a la pequeña población de Sangre de Cristo, Arizona. Lamentablemente fue ejecutado en 2013.

En total, 57 víctimas mortales, 58 con él. Por si ese panorama es poco perturbador, uno de esos viejos carretes de 36 fotos, de los que había que revelar. Y detalles si cabe más macabros, marcas de mordeduras en los cadáveres que no coincidían por supuesto con las de Francisco, también él presentaba diversas heridas provocadas por mordeduras humanas.

El problema es que no iba a ser fácil. Francisco contó un relato increíble, destrozado mentalmente por la experiencia, en shock permanente se diría. De mirada a veces perdida, otras huidiza o clavada en el suelo u otras en su interlocutor.

Cómo podría nadie creer aquella película de zombies. Lo condenaron, claro, nadie lo creyó excepto su hermana, María. Bueno, tampoco sé si realmente creyó su historia, pero estaba convencida de que su hermano no podría haber cometido aquellos horribles crímenes.

En realidad cualquiera con sentido común. ¿57 víctimas, en una noche? Lo más extraño es que conociera la historia tantos años después, no parece que las autoridades quisieran darle precisamente bombo y platillo. Más sorprendente es que la prensa sensacionalista no hubiera mordisqueado aquella carnaza durante meses como carroñeros que son. Tampoco tengo demasiado interés en el periodismo de sucesos, en general.

Las fotografías no se aceptaron como prueba en el juicio, aunque tampoco terminaba de probar nada: una sucesión de imágenes, la mitad borrosas y la otra mitad desenfocadas por el movimiento durante la exposición.

Si alguna ventaja tienen los casos fríos es que el trabajo de campo, mejor o peor, ya está hecho. Permiten trabajar desde el sofá, aún con lagunas sin posibilidad de enmienda. Por otro lado presentan una resistencia adicional a ser resueltos. Paradójicamente, el mayor obstáculo pueden ser los que ya han trabajado en ellos. La gente tiende a ocultar sus fracasos y a enarbolar sus triunfos. Al final no son un tema agradable para nadie, tampoco para los allegados de las víctimas o de los victimarios.

Al parecer algunos optaron por el suicidio, presas tal vez de un pánico irresistible. No hay en principio tantas cosas tan claramente peores que la muerte. El caso era complicado en muchos aspectos, por más que la solución hubiera aflorado de forma tan automática como el reflejo de encender otro cigarrillo.

Tal vez fuera mejor dejarlo como estaba en lugar de volver a un lugar al que nadie querría volver. A un recuerdo terrible que todos arrinconan en la buhardilla más oscura de la memoria y tratan de olvidar donde dejaron la llave.

Reabrir el caso no sería sólo difícil, si no peligroso. Pero supongo que alguien tienen que hacer justicia a la verdad. Y a Francisco, sobretodo, y a María. Y aunque no quisieran remover al asunto, a todos los allegados y a las propias víctimas.

Pero el derecho es una disciplina más tcénica de lo que podría parecer, sin nuevas pruebas el caso no sería reabierto. Y los intereses por mantenerlo cerrado en falso serían cualquier cosa menos desdeñables. Quizás la verdad podría aliviar de alguna manera lo aciago de su destino, pero tener la certeza, la confirmación, de ser víctimas de una enorme injusticia sólo pondría las cosas peor.

Sin embargo, retirar la espina que quedó clavada 13 años atrás en aquel pequeño pueblo de Arizona podría proporcionar algún alivio, aunque pasajero. Sin embargo con la ayuda de alguno de los familiares de las víctimas tal vez pudiéramos conseguir esa nueva evidencia.

Con esa esperanza me decidí por fin, después de muchos años de revisar documentación como un ratón de biblioteca, a levantar el culo del sofá. No debería ser tan difícil dar con María y contaba con la facilidad añadida de que hablaba perfectamente mi idioma. Si es que conseguía que hablara conmigo del asunto, aunque desde luego tenía razones de peso: había resuelto el caso de Sangre de Cristo y tal vez encontrado el modo de exculpar a su hermano y limpiar su memoria.

***

Cuando por fin recibí la llamada de vuelta lo que encontré al otro lado era una mujer tremendamente cansada. Trabajaba de camarera en Phoenix y había enterrado a su hermano hacía más de 10 años, pensó que era un periodista que quería escuchar su versión por enésima vez.

“Me han dicho que podría ayudar aclarar lo que paso en Sangre de Cristo”. Tras ponerme sobre aviso de que no contaba con ningún dinero para retribuir mi trabajo, tal vez pensando que era algún tipo de estafa, intenté sin mucho éxito explicarle que, dada la naturaleza del caso, no era buena idea entrar en detalles por teléfono.Viajaría a Phoenix corriendo con los gastos, aunque sólo fuera para quitarle un peso de encima.

Me habló de un periodista que la apoyó durante aquellos años, que investigó el caso y siempre creyó en la inocencia de Francisco, aunque sin llegar a conclusiones sólidas, tal vez quisiera unirse al encuentro. Lo único que le pedí es que me dedicara unos minutos e hiciera el esfuerzo de reabrir aquella dolorosa herida una vez más. Suspiró y después empezó a sollozar, intenté animarla mencionado la posibilidad incluso de reabrir el caso, pero deberíamos ir poco a poco y con mucho cuidado.

Nos despedimos acordando que le informaría de mi fecha de llegada una vez formalizada la reserva del vuelo. Estaba tan enfrascado valorando las distintas posibilidades de como proceder que ni siquiera recordé lo poco que me gusta volar hasta que el avión estaba elevándose del suelo.

Aproveché para dormir la mayor parte del viaje que es la mejor manera de poner las ideas en orden.

Tras un largo vuelo nocturno estaba en Arizona, buscando los carteles perdido por las grandes galerías del aeropuerto. Ya de camino al hotel el sol brillaba pesadamente. Llamé a María y acordamos vernos en una cafetería del centro esa misma tarde. La ciudad lucía mucho más moderna de lo que imaginaba, con suntuosos edificios acristalados, el tranvía… Llegué con mucha antelación a la cita y para cuando María apareció ya apuraba el segundo café.

Agité la gorra de béisbol negra por la que me debía reconocer al verla entrar, mirando a un lado y otro del establecimiento, la expresión al verme fue un intento de sonrisa.

Saludó, nos estrechamos la mano y me explicó que Samuel, el periodista del que me habló, no debería tardar en llegar. “Sam fue el único que me apoyó con todo aquello”.

Con sus padres en México todo aquel episodio le resultó tremendamente duro. Siendo ya dura de por sí la vida para los inmigrantes en esos pequeños pueblos del sur, cerca de la frontera.

Me explicó que no le permitieron estar presente en la ejecución. Y que poco después profanaron la tumba de Francisco, tuvo que mudarse a la capital e incluso pensó varias veces en cambiar de estado o volver a México. Si las cosas no eran fáciles se habían puesto aún más duras desde entonces.

Inquiría con los ojos sin atreverse aún a preguntar mientras me explicaba como habían transcurrido aquellos años. Un hombre negro, alto y fornido entró en la cafetería y ella le hizo señas con la mano, se fundieron en un abrazo: “cuánto tiempo, qué tal va todo”. “Soy Sam”, me ofreció la mano con una apretón firme y largo, evaluándome tras su sonrisa.

“Bueno, has hecho un largo viaje hasta aquí, supongo que debe valer la pena”. No me andé con muchos rodeos, en unas pocas frases les trasladé mis impresiones. “¿Qué? Oh, amigo, esto es increíble. Increíble”. “Lástima que no esté mi hermano para oírlo”. Sam se comprometió a desempolvar su agenda y contactar con algunos familiares más abiertos a nuestros puntos de vista, aunque avisó que no sería fácil. Cerraron el tema con la ejecución y puede que no accedieran a darle más vueltas al asunto. “I’ll do my best”. Me costaba un poco seguir su inglés y María iba traduciendo: hará todo lo que pueda. Nos despedimos aguardando la posibilidad de que hubiera noticias favorables en un plazo prudencial, de lo contrario debería regresar en unos días.

A pesar de que ambos me ofrecieron su hospitalidad volví sobre mis pasos al hotel pensando que, por lo menos, le había quitado un peso de encima y con ello me había dado una cierta satisfacción, además de las 14 horas de vuelo. Volví al hotel caminando para acabar de estirar las piernas y desentumecerme, viendo un poco la ciudad, parando a por algo para comer y con planes de saldar cuentas con el jet lag al llegar al hotel.

Aún no había terminado el refresco que cogí de la pequeña nevera, mientras veía decaer el severo sol de Phoenix por la ventana, cuando empezó a sonar el teléfono de la habitación. “Vaya, pues sí que es cierto que Sam lo ha hecho lo mejor que ha podido. Mucho mejor de lo que esperaba”, pensé.

Ni siquiera caí en ese momento por qué el teléfono que sonaba era el de la habitación y no el móvil que le había facilitado, aunque les indiqué donde me alojaba.

Al otro lado del teléfono una voz en inglés que no supe indentificar, tal vez un hombre de mediana edad, pero desde luego no era la de Sam. Preguntó con corrección por mi apellido y asentí con mi parco inglés mientras me esforzaba por entender: “Verá, soy George McAvoy, fui ayudante del sheriff hace algunos años… en la frontera.”. El trabajo de Sam estaba dando por el momento un fruto muy diferente al esperado.

“Creo que deberíamos vernos”. Accedí con cautela. El bar del hotel me pareció el lugar más seguro en una ciudad que me era por completo desconocida. “Será mejor que hablemos en persona”.

Cuando le pregunté a qué hora me dijo que estaba en frente del hotel. Con resignación me volví a calzar la gorra y me dirigí a la planta principal. Ojalá Sam no hubiera dado demasiado detalles por teléfono, en estos casos nunca se sabe.

Era un hombre alto y delgado de ojos grises, ligeramente encorvado. Para cuando yo llegué al bar el ya tenía una copa entre las manos, esperaba mirando al acceso desde el vestíbulo.

Pedí una copa al camarero mientras tomaba asiento: “Ha escogido un buen hotel”. Le expliqué que al no viajar mucho prefiero ir a lo seguro. “Bien, señor McAvoy, usted dirá, ¿en qué le puedo ayudar?”

-Veo que le gusta ir al grano. Me parece bien. Esta tarde he recibido una visita inesperada, hacía muchos años que no hablaba con Samuel, el periodista del Journal.

Estábamos prácticamente solos en el amplio bar del hotel pero esperó a que el camarero pasara al otro extremo de la barra con una sonrisa en la rutina de sus tareas y continuó:

-Por lo poco que me ha podido explicar Sam, creo que ha encontrado respuestas muy interesantes a preguntas que llevaban mucho tiempo… sin cerrarse… adecuadamente.

Asentí con un leve gesto de la cabeza sin poder disimular cierta satisfacción.

-Sin embargo, las cosas por aquí pueden ser un poco más complicadas de lo que parece.

-¿He pasado algo por alto?

-No, no, yo no lo diría así. Estoy cada vez más convencido de que eso es lo que pasó. Pero sólo hay una manera de comprobarlo.

La última frase sonó algo críptica, intrigante: -Bueno, esperábamos que alguno de los familiares accediera a…

-Olvídese de lo familiares de las víctimas, conozco bien a la gente de la zona, no ayudarán a nadie que tenga que ver con ese asunto, en nada. Le recibirán con una escopeta cargada y el ánimo destemplado, no quieren recordar nada de todo aquello.

-¿Entonces?

-¿Es usted un hombre de palabra...?

Volvió a mencionar mi apellido del mismo modo que a través del teléfono.

-Espero que sí. Aunque no soy demasiado bueno guardando secretos, se me da mejor desvelarlos, debo confesar.

-Es usted un hombre inteligente, estoy seguro de que comprenderá la situación. Y se ha tomado muchas molestias sólo para aclarar esto, algo que por cierto le agradezco. Igual que María, y Sam.

¿Sabe qué? Voy a confiar en usted. Espero que no me obligue a enterrarle en el desierto.

El tono de broma de la última frase en realidad no tenía tanto de broma: -No parece que tenga opción.

-A estas alturas no, ya que se ha tomado tantas molestias tal vez sea hora de zanjar este asunto de una vez por todas… en la medida de lo posible.

Acompáñeme, será un viaje de apenas dos horas.

-¿Al desierto?

-No, de hecho a un lugar en cierto modo peor. Pero no tiene de qué preocuparse, confíe en mí. Se lo explicaré por el camino.

****

 

 

Tomé asiento en el lado del copiloto de una de esas rancheras tan típicas de por allí. Las luces de Phoenix brillaban en la oscuridad mientras George elaboraba su discurso sin desplazar la mirada de la calzada:

-Verá señor...- pronunciaba mi apellido de esa forma particular -en la frontera las cosas tal vez no se solucionan siempre de la mejor manera, pero se solucionan. Lo que pasó en Sangre de Cristo… nunca se ha visto por aquí nada igual, ¿sabe? Imagínese los familiares, todo el pueblo asesinado, despedazado, 57 personas… alguna explicación había que darle a aquello. Y créame que no fue fácil.

Además, por aquí tampoco nos gusta que el gobierno federal meta demasiado las narices en nuestros asuntos, todo lo que podemos resolver por nosotros mismos, lo resolvemos. Y a veces también algunas cosas que no. Todos sabíamos que Francisco Salazar era físicamente incapaz de llevar a cabo lo que vimos, se diría que aquello apenas era humano. Algunos hablaron hasta del hombre lobo, ¿se imagina? Otros de leyendas de los nativos… ¿Ha visto las fotografías?

Asentí con la cabeza, también con la mirada fija en nuestro destino y tratando de aguzar los instintos. Esperaba no tener que bajar de una furgoneta en marcha pero contemplaba la posibilidad. George lo vio por el rabillo del ojo y tras un suspiro continuó:

-Algunos pensaron incluso en la iglesia del pueblo, ya sabe, invocaciones al diablo, cosas de ese tipo… Otros hablaban de algún tipo de animal, pero las mordeduras…

-Humanas.

-Humanas, sí, y no sólo eso, de los propios habitantes de Sangre de Cristo. Lo cierto es que no dimos con la tecla, ni barajando las hipótesis más descabellada. El bigfoot, en Arizona. Imagínese.

No, nada de eso. Pero lo que usted dice sí que tiene mucho sentido. Algo se comentó de una posible implicación del gobierno, pero… a saber.

En cambio usted, nos lo ha dado con puntos y comas. A mí me encaja, de veras. Pero aún así me quedaré más tranquilo sí… pudiera comentarlo con Francisco.

-No suelo llevar la ouija en mi equipaje.

-No se preocupe, no será necesario. Nos dirigimos a un centro penitenciario estatal. Allí podrá hablar con él.

-¿Cómo, está vivo?

-No creerá que somos unos monstruos. Todos sabíamos que era inocente aunque no pudiéramos cerrar el caso con esa versión, para el público. Entiendo que no es una buena solución, y que seguramente no le va a parecer bien… como se han hecho algunas cosas por aquí.

Pero fue la mejor solución que encontramos. ¡Él esta bien, no le falta de nada!

-Excepto su familia.

-Nada es perfecto. Pero créame, después de todo aquello… tampoco ha vuelto a ser el mismo. Le llevó años recuperar una cierta normalidad. Y aún así… no le deseo a nadie lo que debió vivir, ni a mi peor enemigo, no señor.

Ahora pinta al óleo, tiene una galería para el solo, se podría decir que es… casi feliz.

-Supongo que es más de lo que se puede decir de María.

-Puede que sí, pero no se crea que no nos hemos ocupado de ella. Es lo mínimo. Algunos funcionarios están al corriente, le tienen aprecio, ahora son su familia. Él ha aceptado su situación, le ruego que no lo complique.

-Un poco aventurado confiarle esto a un desconocido.

-Sin duda. Y espero no tener que arrepentirme. Pero creo que después de tantos años se merece una explicación. Todos la merecemos, pero Francisco más que nadie. Cuando le encontraron temblaba como una hoja, estaba catatónico.

¿Sabe que después hubieron más cadáveres por la zona, no? Unos campistas por allí , otros 9 un poco más al norte, 3 más allá… afortunadamente cesó. ¿Tiene alguna idea sobre eso?

-Algo me puedo imaginar… Espero que no le ofenda, pero el cambio de horario, el vuelo… ¿no le importará que cierre los ojos unos minutos?

-Oh disculpe, que deconsiderado de mi parte…

-Avíseme cuando lleguemos al desierto.

Bajé un poco la visera y dejé que toda aquella locura cobrara un mínimo de sentido en mi cabeza a medida que los faros de la furgoneta devoraban millas de oscuridad.

***

Me sacudía ligeramente el hombro mientras me llamaba por mi apellido, ya me estaba acostumbrando a oírlo pronunciado con su acento.

Estábamos en un aparcamiento salpicado por unos pocos coches ante una mole de hormigón que dividía a los hombres que sabían que no eran libres de los que no lo sabían.

-Hemos llegado, saludemos a algunos amigos.

Al poco saludos con los guardias, la típica bocina de una cárcel al abrirse la puerta principal y pasillos y celdas, lo que viene a ser una prisión. “Vengo de visita con un colega”, les espetaba George, en mitad de la noche.

A través de los pasillos nos íbamos internando en aquel monstruo de cemento y metal hasta llegar a una puerta de acceso que daba a una galería más apartada de las generales. Un hombre custodiaba la puerta en una parca silla mientras hojeaba el periódico y elevó la vista por encima de las páginas al oírnos llegar.

-Hombre, George, tú por aquí.

-¿Está Frank despierto?

-Mmm, creo que sí últimamente pinta hasta tarde, ya sabes, los artistas…

Y terminó la frase haciendo rodar el dedo índice sobre la sien. Acto seguido se levanto y con un manojo de llaves nos dio acceso a la galería, al fondo se veía una tenue luz.

Frank debió oír los paso pero no se inmutó, ensimismado en el lienzo, hasta que llegamos a su celda y vio que no era una visita tan habitual:

-¿George? ¡Vaya! ¿A qué debo este placer tan… inesperado? Y con compañía… ¿quién es tu amigo?

-Frank, viejo loco. Un abrazo. No te lo vas a creer. Te traigo novedades.

-¿Novedades de qué? Creo que no es mi tipo- bromeó.

-De Sangre de Cristo.

El tono y el rostro de Frank se ensombrecieron un tanto, dejo el pincel en un vaso y por fin salió del lienzo con un suspiro.

-¿Qué quieres decir? ¿Quién es? ¿Quién eres?

-Creo que sé lo que pasó allí.

Frank recuperó una sonrisa de incredulidad.

-Jaaa, ¿sí? ¡Ésta sí que es buena! Espera, deja que lo adivine…

Me escrutó de arriba a abajo y al revés…

-A ver… ¿zombies? ¡No, extraterrestres! Estoy cansado de contar la historia, George…

Denotaba cierto fastidio pero aún halagado por el protagonismo, no le dejé acabar la frase:

-Pont-Saint-Esprit .

-¿Cómo?

-Pont-Saint-Esprit . Es un pequeño pueblo del sur de Francia.

-¿Eres francés? ¿Qué tiene que ver con Sangre de Cristo?

-Pues verás, en los años 50 digamos que tuvieron una experiencia bastante extraña, un número similar de habitantes… No soy de allí, no.

Lo que importa es que prácticamente todo el pueblo sufrió un episodio de... contaminación, digamos. No sabían que les pasaba, de la noche a la mañana se volvieron todos locos por algunos días. Creo recordar que hubo algunas muertes.

-¿Y que tiene que ver eso con Sangre de Cristo?

-Años después algunos plantearon que la CIA los dispuso como objeto de un experimento con alucinógenos, a través del pan. Así lo pudieron achacar a una contaminación de un hongo llamado cornezuelo de centeno que produce efectos similares.

-George, ¿de dónde has sacado a este tío?

-En realidad nos encontró él, si hubiera tenido que sacarlo de alguna parte no sabría de donde.

-Mira, lo que pasó en Sangre de Cristo no tiene mucho que ver con un viaje de ácido de una aldea hippie, aquello eran bestias, ¿acaso no has visto las fotos? No me digas que lo has traído hasta aquí sólo para eso.

Hizo una mueca de disgusto.

-Por supuesto que sí, Frank. Claro que las he visto. No hace muchos años hubo algunos episodios de algo que se llamó “droga caníbal”, sales de baño… ¿te suena?

Un tipo se comió la cara de otro...en un autobús, o algo así.

-¿Y?

-Es probable que utilizaran a la población de sangre de Cristo para algún tipo de experimento con una sustancia similar, aunque seguramente mucho más potente, varios órdenes de magnitud.

Este tipo de experimentos se llevaban a cabo en el marco del programa MK Ultra y eran conducidos por la CIA…

-Un momento, ¿esa gente no trabajaba sólo fuera del país?

-La verdad es que la agencia que condujera el experimento es un detalle poco relevante.

-Ahora que lo dices… trabaja allí, pero yo no vivía en el pueblo… ¿el pan?

-O tal vez el agua, quién sabe. Pero lo cierto es que el patrón encaja perfectamente.

-¿Y para que querría el gobierno convertir un pueblo en zombies caníbales?

-Tal vez para ensayar el potencial militar de la sustancia, valorar su utilidad como arma tras las líneas enemigas, que los soldados se devoren entre ellos…

-Creo que sería más efectivo si se lo dieran a los nuestros, no te puedes imaginar la transformación que… no parecían humanos, en serio. No te imaginas como fue aquello, las fotos...no se mueven. Trepaban y corrían como llevados por el demonio. El diablo mismo.

Se devoraban unos a otros, se arrancaban la carne a mordiscos…

George interrumpió: -No me negarás que después de 13 años… es la mejor idea que has escuchado. Todo encaja.

-Hasta los niños,- continuó Frank- hasta los niños… ¿por qué allí?

-No sé, tal vez confiaran que la valla de la frontera actuara de algún modo como contención.

-Ah, bastardos dementes… ¿qué clase de droga puede hacer que la gente se coma unos a otros?

Y para las tropas enemigas… qué mala idea… si se lo dieran a las nuestras terminaban las guerras en un día.

Frank estalló en una carcajada sardónica y continuó: - De verdad, ¿de donde has sacado a este tío?

George adoptó un tono más solemne: -Quería que lo escucharas directamente de él, por si quisieras preguntar o…

-Bueno, parece que está todo más que claro. Y no veo que nada de eso modifique los términos de nuestro pequeño acuerdo, ¿no?

George asintió en silencio.

-No hay mucho que preguntar…

-¿Cómo saliste de aquello, Frank?

-¿De verdad quieres saberlo? No, no creo que quieras. Corriendo más que ellos. Casi siempre.

Se arremangó y mostró una parte del antebrazo donde había una falta notable de carne, de músculo, ya con los bordes muy redondeados pero aún dibujando el contorno de una dentadura humana.

Al poco nos alejábamos de aquella tenue luz al fondo de la galería de vuelta a la zona de los presos comunes.

 ***

 

-No había visto nunca una celda tan bien amueblada.

-Frank está bien aquí, la psiquiatra ha hecho mucho por él también. En las condiciones que estaba tampoco hubiera podido seguir con su vida con normalidad.

-Una extraña solución.

-De la que confío que… en fin, sólo tengo palabras de gratitud pero, ¿piensas quedarte por Arizona?

-No, no, ya he hecho mucho más de lo que había venido a hacer, supongo. ¿Y María, Sam…?

-Nada, frank está muerto para la sociedad a todos los efectos y así debe seguir por el bien de todos.

-Y entonces lo de la exhumación de las víctimas para el análisis de toxicología…

-No te preocupes, es imposible que Sam consiga nada.

-Supongo que será mejor así.

-Así es como tiene que ser. No necesito ninguna analítica para saber que sucedió, no tengo pruebas, ni me hacen falta… no tengo dudas.

-¿Y qué vas a hacer sabiendo eso?

-¿Hacer? Lo de siempre. Seguiremos sin fiarnos del gobierno federal.

Ha sido un placer, de verdad. Pero estaremos todos mucho más tranquilos si no volvemos a verte por aquí, sin ánimo de ser descortés, espero que lo comprendas.

-Por supuesto. Espero que no sea necesario. Despídeme de María y Sam, ya tengo bastante con mis propios secretos.

Fueron directamente al aeropuerto y mientras George veía a lo lejos despegar el vuelo apoyado en la furgoneta se hacía la misma pregunta que había repetido Frank: ¿Quién demonios era ese tío?

menéame