Cerca de 400.000 han huido de Birmania tras un aumento de la violencia y la represión. Viven en condiciones precarias, con un acceso restringido a la educación, al empleo o a los servicios de salud, y su futuro en el exilio no es nada alentador.
Daw Aung San Suu Kyi, premio nobel y dirigente “de facto” de Birmania, mantiene su silencio de cara a una limpieza étnica contra la minoría musulmana rohinyá, que sufre por aldeas incendiadas, mujeres violadas y niños asesinados.