MacArthur llegó como jefe supremo de las potencias aliadas, decretando inmediatamente una serie de restricciones, entre e ellas, entregar/confiscar todas las armas en manos de los japoneses, tanto militares como civiles, para su desmantelamiento. La orden no hacía distinción entre armas de fuego o cuchillos, por lo que las katanas iban incluidas en el proceso de confiscación. Rendir la katana era todo un acto de humillación. MacArthur no se daba cuenta de que había ordenado destruir valiosas reliquias.