La vuelta al mundo en ochenta días, publicado por entregas en 1872, inspiró a una joven reportera estadounidense para intentar batir esa marca ficticia diecisiete años después provocando en sus coetáneos una rara mezcla de burla y admiración que ella misma fomentó hasta que desembarcó triunfante en el muelle de Manhattan setenta y dos días después de iniciar su aventura; o, para ser exactos a la manera de Fogg, setenta y dos días, once minutos y siete segundos.