Mis hijas son normales. Leen, razonan, hacen sus deberes... Y como buenas niñas, son imprevisibles. Una noche, agotado de que vieran series estadounidense protagonizadas por chicas y chicos estupendos -quienes, ¡oh casualidad!, siempre viven en lujosos apartamentos en Manhattan, conducen Porsches y tienen padres que, para su suerte, nunca están en casa- tuve una iniciativa que fue todo un éxito.