En 1925, Francia se había recuperado de la Primera Guerra Mundial, y París estaba en auge, lo que generaba un entorno excelente para un artista del engaño. Un día de primavera, Lustig estaba leyendo en un periódico un artículo que refería los problemas de la ciudad para mantener la Torre Eiffel: incluso pintarla resultaba una tarea costosa, por lo que se estaba convirtiendo en una gran torre de chatarra. Lustig vio las posibilidades detrás de este artículo y desarrolló una estratagema notable.