Nuestro cerebro trabaja veinticuatro horas al día, fines de semana incluidos. Aunque intentemos darle vacaciones, él nunca las coge. Es un currante. Pero eso no quiere decir que haga bien su trabajo. Porque el cerebro, cuando se pone a pensar, se encuentra con algo que, en el mejor de los casos, le bloquea y en el peor, le desautoriza: él mismo.