En 1528 un barco mercante español procedente de San Juan de Puerto Rico, encalló a medianoche en unos bajíos en medio del océano. Pedro Serrano (aunque hay relatos que lo llaman Maestre Juan), junto a otros cinco marineros saltó a la isla, un bajío de arena blanca más o menos extenso que sobresalía un poco por encima del agua, sin vegetación y sin agua dulce, aunque con muchas tortugas y lobos marinos (focas). Allí permanecería durante ocho años.