Tras grabar el sonido de las orugas al masticar las hojas de determinadas plantas, los responsables del estudio pusieron este peculiar sonido a uno de dos grupos de plantas. Solo éstos, al reconocer las vibraciones concretas que producen las orugas al comer sus hojas, activaron su principal medida de defensa con el agresor, consistente en segregar un aceite que resulta insoportable para las orugas y que provoca que éstas abandonen las hojas.