Hace mucho tiempo, cuando el mundo tecnológico era muy diferente a lo que es ahora, si comprabas algo, el vendedor cogía el dinero, lo metía en un pequeño cilindro de metal y se lo ofrecía a la boca de un gran tubo metálico. Este aparato lo inhalaba con una gran ráfaga de aire, y uno o dos minutos más tarde el cambio y el recibo aparecían en otro cilindro descargado de otra tubería adyacente, habiendo sido dispensado por un cajero escondido a salvo de posibles robos a mano armada
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