Si algo nos distingue a los humanos es que hemos construido un mundo muy complejo. La cultura, las instituciones, la especialización o el intercambio son todo cosas que han traído progreso, pero también complejidad. Los ejemplos son incontables: hemos tejido redes que lo conectan todo —la quiebra de un banco en Nueva York se siente en media Europa y el clima en sibería encarece el trigo en Bogotá—, y hemos distribuido el trabajo hasta un absurdo útil: no existe una persona capaz de fabricar por si sola ni un reloj Casio.
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