Nací siendo escritor, le dijo a Fernando Sánchez Dragó. Se le había empezado a desfondar el cuerpo, desnudándole los hombros de carne, casi chiquillo, y en las mejillas le colgaba la piel que se le precipitaba cabeza abajo. Su cráneo ya era todo lo enorme que prometía en la juventud; un cráneo de animal por inventar, de textura magra, como si al rascar allí un poco se apareciese el hueso. Tienes osamenta de escritor, le decían; Cela no escuchaba, pero al sentarse frente a las cuartillas se arrancaba el húmero y lo mojaba en tinta para escribir
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