Óscar Z. Acosta. El Zeta, ése. El “vato número uno”, en sus propias palabras. Un hippie pasado de rosca y con un ego que superaba sus ciento y pico kilos de peso; “un entusiasta de las drogas, un vago, exmisionero baptista en Panamá, exclarinetista, exrecolector de melocotones, placador de fútbol, aparcacoches, abogado, extodo”. Pero también el defensor legal y portavoz de los activistas chicanos de la zona de East Los Ángeles. El Malcom X hispano, según el FBI.