Baruch Spinoza, el filósofo del siglo XVII, propuso una idea radical: la felicidad no es una búsqueda abstracta, sino una práctica fundamentada en la ingeniería emocional. Su enfoque sistemático para comprender las emociones y comportamientos humanos—precursor del psicoanálisis siglos antes de Freud—sugiere que la felicidad surge al cultivar emociones racionales más fuertes que se alineen con nuestra naturaleza intrínseca.
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