Mediante la simple eliminación de una proteína presente en bacterias, una acción más fácil de lograr sin efectos secundarios que matándolas con antibióticos, se consigue sabotear su capacidad de desplazarse y esto a su vez impide que pongan en marcha una infección. Además, esta estrategia acarrea un menor riesgo de generar farmacorresistencia en las bacterias atacadas. Esta proteína clave se llama RimK, y está presente en cientos de especies de bacterias, incluyendo varias que provocan enfermedades severas en humanos.
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