Desde una montaña, el horizonte se ve nítido todo el día, pero es impactante al amanecer y al atardecer. Al amanecer, cuando el sol va subiendo en el valor celeste, pero lentamente, como si nadie lo estuviera esperando. Y al atardecer, cuando parece que en realidad no quiere irse a dormir, como si fuera tiempo perdido. En ambos momentos, la luz lucha contra la oscuridad y el horizonte se vuelve más claro que nunca.
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