La vida de los pueblos de la región se adaptó inevitablemente al clima extremo. Establecieron marcadas rutinas estacionales, con el uso de barcos en verano y el uso de trineos en invierno. Aprendieron a pescar sobre hielo y también supieron limitar la fabricación de equipos de pesca al periodo invernal, cuando la actividad era mucho más baja. La convivencia con el hielo del Báltico, además de forzar una adaptación de la vida cotidiana, también supone que situaciones extraordinarias tengan que adaptarse.
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