Hubo un tiempo en el que las bibliotecas no eran solo espacios para almacenar y consultar libros, sino el sueño de un proyecto político y cultural. También de un proyecto de mujer, el de las modernas, como las denominó a hispanista Shirley Mangini, y que en otras latitudes llamaron flappers o garçons: intelectuales, profesionales y comprometidas con un proyecto, lo de la Segunda República, que hizo de la cultura pilar fundamental de su ideario político.
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