Los procesos judiciales han evolucionado enormemente desde la Edad Media hasta nuestros días, pasando de sistemas basados en la superstición y la fe divina a procedimientos regidos por la razón, la evidencia y el derecho. En ese contexto medieval, la ordalía era una práctica judicial que consistía en someter a una persona acusada de un delito a una prueba física o de resistencia para determinar su culpabilidad o inocencia. Se creía que la intervención divina garantizaría un resultado justo
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