Hay personas quejicosas con un ojo quirúrgico para encontrar la mala hierba, los defectos, las contraindicaciones de cada situación; personas que chasquean la lengua y resoplan y, las más crónicas, hasta se dejan llevar por un principio de pataleo. Tienen el esfínter siempre a punto para cagarse cosas insustanciales e irremediables como la lluvia o el rojo de los semáforos. Son tóxicas, pero no las mandamos a paseo por conmiseración: bastante tienen con su amargura. Sin embargo, la ciencia da razones para exigirles que se alejen de nosotros.
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