Críticas y comentarios de libros
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La fontana sagrada, de Henry James

Hoy he terminado de leer esta obra, una de las últimas del genial autor angloamericano y al hacer unas anotaciones sobre el libro, me he encontrado con que es la peor novela que he leído en los últimos diez años.

Me explico, por si a alguien le resulta útil para sus propios fines. Cuando termino un libro, anoto la fecha en la que lo leí y la valoración que me mereció, según el criterio de lo que me gustó personalmente, y no tanto el de su calidad. Esto resulta muy útil a la larga, por temas demasiado aburridos de contar ahora.

Y el caso es que Henry James suele estar siempre entre las buenas puntuaciones, pues me parece un escritor excelente, de gran profundidad y con ideas originales. Pero la fontana sagrada ha sido un horror de principio a fin, cargado de pedantería, de falsas inteligencias, de entrometidos y pisaverdes haciéndose los interesantes, de personajes de clase alta relamiendo la piedra de su aburrimiento y su vacío vital hasta extremos inimaginables.

Trescientas sesenta páginas de soliloquios, en una mansión, sobre quién puede estar intentndo convertirse en el amante de quién, y los efectos que esto produce en el carácter del otro, porque cuando alguien tonto se vuelve listo de repente es que se está relacionando con una mujer inteligente, pero esto se debe compensar observando que ella está perdiendo su agudeza y se vuelve un poco más tonta.

Secretitos estúpidos, tardes eternas sin hacer nada que dan lugar a intervalos de una hora, necesarios para vestirse, cenas, sonrisas huecas, gente vacía y más cuchicheos insulsos, sin una verdadera motivación que no sea ahorcarse de una vez y acabar con todo el embrollo.

Conociendo al autor, no descarto que eso fuera lo que Henry James trataba de escribir: un retrato del inmenso vacío de las clases altas, de su esnobismo,de su cursilería, de su falta de nervio y de su falta de inteligencia. Si es así, lo ha conseguido, y el libro es tan insulso, tonto y aburrido como la gente a la que representa.

Seguramente haya que ser un genio para escribir eso, pero también es necesario ser un héroe para leerlo.

Dios nos libre.

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Los muertos mandan (Vicente Blasco Ibáñez)

Novela del escritor español Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928), que, como todas aquellas en que el mar adquiere su hermosa e impre­sionante importancia, es un canto al Me­diterráneo, a sus héroes, a su civilización, usos y costumbres.

Escrita en 1908, con todo el vigor colorista del autor, relata las des­venturas económicas de un mozo mallorquín, botifarra (el linaje aristocrático por excelencia de la isla), llamado Jaime Febrer, sobre el cual pesa una tradición de ca­balleros que fueron guerreros, marinos, comerciantes, y que colmados de riquezas y de bienes gravitan ahora sobre su último descendiente con todo el peso de la tradi­ción presente en la propia sangre y en la memoria de los que le rodean. Y el autor, con su maestría singular, despliega un lujo de conocimientos isleños que abarcan des­de lo histórico a lo folklórico.

Jaime Febrer, solo en su hermosísimo y casi des­mantelado palacio heredado, piensa que debe hacer algo que lo redima de su te­rrible pobreza. Piensa en casarse con una riquísima heredera, la joven xueta Valls (los xuetes son los judíos de Mallorca, se­cularmente enemistados o separados de los botifarras), a cuya casa de Valldemosa se dirige forzado por su determinación, que le repugna en el fondo. Y es un tío de la joven, otro xueta confeso y nada mártir, Pablo Valls, el que disuade al arruinado pretendiente de semejante boda. Se ve, pues, obligado a tomar otro rumbo; y de­cide irse a Ibiza, en donde le queda un peñasco y sobre él una torre de piratas conservada al amparo respetuoso de unos antiguos colonos suyos, ahora redimidos en parte por su generosidad.

Con el trans­curso de los meses, la hija de esos colonos, la bellísima Margalida, capta su corazón y su voluntad. Como la chica tiene numero­sísimos galanes que la cortejan para que ella se decida por uno, Jaime ha de habér­selas con uno de ellos, el peor de todos: un ex presidiario al que, por temor y has­ta con cierto orgullo, acatan los jóvenes ibicencos. En un asalto nocturno a la torre, el Ferrer hiere al señor y éste Ie mata en defensa propia. Lucha entre la vida y la muerte, asistido por Margalida y sus pa­dres, e incluso por su viejo amigo Pablo Valls, que logró desenredar el lío de sus embrolladas y maltrechas finanzas en Ma­llorca y acude a él cuando se entera de que fue herido por cuestión de amores.

Para Jaime, que ha batallado despierto y entre el delirio de sus fiebres de herido, con los muertos que mandan en los vivos, amanece una aurora de alegría. Manda el amor. Y la novela termina con este canto de vida, después de habernos llevado a tra­vés de las costumbres de Ibiza, de sus tradiciones, y de las evocaciones que el autor nos ofrece de aquellas dos islas, Ibiza y Mallorca, que tanto juego dieron en tiem­pos pasados. Hay un personaje simpático, símbolo de cierta arraigada tradición hu­mana isleña, el contrabandista, que com­parte su amistad con el señor en la misma proporción que la comparte el xueta.

Con el trans­curso de los meses, la hija de esos colonos, la bellísima Margalida, capta su corazón y su voluntad. Como la chica tiene numero­sísimos galanes que la cortejan para que ella se decida por uno, Jaime ha de habér­selas con uno de ellos, el peor de todos: un ex presidiario al que, por temor y has­ta con cierto orgullo, acatan los jóvenes ibicencos. En un asalto nocturno a la torre, el Ferrer hiere al señor y éste Ie mata en defensa propia. Lucha entre la vida y la muerte, asistido por Margalida y sus pa­dres, e incluso por su viejo amigo Pablo Valls, que logró desenredar el lío de sus embrolladas y maltrechas finanzas en Ma­llorca y acude a él cuando se entera de que fue herido por cuestión de amores.

Para Jaime, que ha batallado despierto y entre el delirio de sus fiebres de herido, con los muertos que mandan en los vivos, amanece una aurora de alegría. Manda el amor. Y la novela termina con este canto de vida, después de habernos llevado a tra­vés de las costumbres de Ibiza, de sus tradiciones, y de las evocaciones que el autor nos ofrece de aquellas dos islas, Ibiza y Mallorca, que tanto juego dieron en tiem­pos pasados. Hay un personaje simpático, símbolo de cierta arraigada tradición hu­mana isleña, el contrabandista, que com­parte su amistad con el señor en la misma proporción que la comparte el xueta.

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