3 Pero quiero que sepáis que la cabeza de todo hombre es Cristo, y la cabeza de la mujer es el hombre, y la cabeza de Cristo es Dios.
4 Todo hombre que cubre su cabeza mientras ora o profetiza, deshonra su cabeza.
5 Pero toda mujer que tiene la cabeza descubierta mientras ora o profetiza, deshonra su cabeza; porque se hace una con la que está rapada.
6 Porque si la mujer no se cubre la cabeza, que también se corte el cabello; pero si es deshonroso para la mujer cortarse el cabello, o raparse, que se cubra.
7 Pues el hombre no debe cubrirse la cabeza, ya que él es la imagen y gloria de Dios; pero la mujer es la gloria del hombre.
San Pablo, 1 Corintios 11:3-7
Es solo por su estupidez que algunos pueden estar tan seguros de sí mismos.
Franz Kafka, El proceso.
"Ustedes tienen los relojes, nosotros tenemos el tiempo".
El Salvaje movió la cabeza.
– A mí todo esto me parece horrendo.
– Claro que lo es. La felicidad real siempre aparece escuálida por comparación con las compensaciones que ofrece la desdicha. Y, naturalmente, la estabilidad no es, ni con mucho, tan espectacular como la inestabilidad. Y estar satisfecho de todo no posee el hechizo de una buena lucha contra la desventura, ni el pintoresquismo del combate contra la tentación o contra una pasión fatal o una duda. La felicidad nunca tiene grandeza.
– Supongo que no – dijo el Salvaje, después de un silencio -. Pero ¿es preciso llegar a cosas tan horribles como esos mellizos? ¡Son horribles!
– Pero muy útiles. Ya veo que no le gustan nuestros Grupos de Bokanovski; pero le aseguro que son los cimientos sobre los cuales descansa todo lo demás. Son el giróscopo que estabiliza el avión cohete del Estado en su incontenible carrera.
– Más de una vez me he preguntado – dijo el Salvaje – por qué producen seres como éstos, siendo así que pueden fabricarlos a su gusto en esos espantosos frascos. ¿Por qué, si se puede conseguir, no se limitan a fabricar Alfas-Doble-Más?
Mustafá Mond se echó a reír.
– Porque no queremos que nos rebanen el pescuezo – contestó -. Nosotros creemos en la felicidad y la estabilidad. Una sociedad de Alfas no podría menos de ser inestable y desdichada. Imagine una fábrica cuyo personal estuviese constituido íntegramente por Alfas, es decir, por seres individuales no relacionados de modo que sean capaces, dentro de ciertos límites, de elegir y asumir responsabilidad. ¡Imagíneselo! – repitió.
El Salvaje intentó imaginarlo, pero no pudo conseguirlo.
– Es un absurdo. Un hombre decantado como Alfa, condicionado como Alfa, se volvería loco si tuviera que hacer el trabajo de un semienano Epsilon; o se volvería loco o empezaría a destrozarlo todo. Los Alfas pueden ser socializados totalmente, pero sólo a condición de que se les confíe un trabajo propio de los Alfas. Sólo de un Epsilon puede esperarse que haga sacrificios Epsilon, por la sencilla razón de que para él no son sacrificios; se hallan en la línea de menor resistencia. Su condicionamiento ha tendido unos raíles por los cuales debe correr. No puede evitarlo; está condenado a ello de antemano. Aún después de su decantación permanece dentro de un frasco: un frasco invisible, de fijaciones infantiles y embrionarias. Claro que todos nosotros – prosiguió el Interventor, meditabundo – vivimos en el interior de un frasco. Mas para los Alfas, los frascos, relativamente hablando, son enormes. Nosotros sufriríamos horriblemente si fuésemos confinados en un espacio más estrecho. No se puede verter sucedáneo de champaña de las clases altas en los frascos de las castas bajas. Ello es evidente, ya en teoría. Pero, además, fue comprobado en la práctica. El resultado del experimento de Chipre fue concluyente.
– ¿En qué consistió? – preguntó el Salvaje.
Mustafá Mond sonrió.
– Bueno, si usted quiere, puede llamarlo un experimento de reenvasado. Se inició en el año 73 d.F. Los Interventores limpiaron la isla de Chipre de todos sus habitantes anteriores y la colonizaron de nuevo con una hornada especialmente preparada de veintidós mil Alfas. Se les otorgó toda clase de utillaje agrícola e industrial y se les dejó que se las arreglaran por sí mismos. El resultado cumplió exactamente todas las previsiones teóricas. La tierra no fue trabajada como se debía; había huelgas en las fábricas, las leyes no se cumplían, las órdenes no se obedecían; las personas destinadas a trabajos inferiores intrigaban constantemente por conseguir altos empleos, y las que ocupaban estos cargos intrigaban a su vez para mantenerse en ellos a toda costa. Al cabo de seis años se enzarzaron en una auténtica guerra civil. Cuando ya habían muerto diecinueve mil de los veintidós mil habitantes, los supervivientes, unánimemente, pidieron a los Interventores Mundiales que volvieran a asumir el gobierno de la isla, cosa que éstos hicieron. Y así acabó la única sociedad de Alfas que ha existido en el mundo.
El Salvaje suspiró profundamente.
– La población óptima – dijo Mustafá Mond – es la que se parece a los icebergs: ocho novenas partes por debajo de la línea de flotación, y una novena parte por encima.
– ¿Y son felices los que se encuentran por debajo de la línea de flotación?
– Más felices que los que se encuentran por encima de ella. Más felices que sus dos amigos, por ejemplo.
Y señalo a Helmholtz y a Bernard.
– ¿A pesar de su horrible trabajo?
– ¿Horrible? A ellos no se lo parece. Al contrario, les gusta. Es ligero, sencillo, infantil. Siete horas y media de trabajo suave, que no agota, y después la ración de soma, los juegos, la copulación sin restricciones y el sensorama. ¿Qué más pueden pedir? Sí, ciertamente – agregó -, pueden pedir menos horas de trabajo. Y, desde luego, podríamos concedérselo. Técnicamente, sería muy fácil reducir la jornada de los trabajadores de castas inferiores a tres o cuatro horas. Pero ¿serían más felices así? No, no lo serían. El experimento se llevó a cabo hace más de siglo y medio. En toda Irlanda se implantó la jornada de cuatro horas. ¿Cuál fue el resultado? Inquietud y un gran aumento en el consumo de soma; nada más. Aquellas tres horas y media extras de ocio no resultaron, ni mucho menos, una fuente de felicidad; la gente se sentía inducida a tomarse vacaciones para librarse de ellas. La Oficina de Inventos está atestada de planes para implantar métodos de reducción y ahorro de trabajo. Miles de ellos. – Mustafá hizo un amplio ademán -. ¿Por qué no los ponemos en obra? Por el bien de los trabajadores; sería una crueldad atormentarles con más horas de asueto. Lo mismo ocurre con la agricultura. Si quisiéramos, podríamos producir sintéticamente todos los comestibles. Pero no queremos. Preferimos mantener a un tercio de la población a base de lo que producen los campos. Por su propio bien, porque ocupa más tiempo extraer productos comestibles del campo que de una fábrica. Además, debemos pensar en nuestra estabilidad. No deseamos cambios. Todo cambio constituye una amenaza para la estabilidad. Ésta es otra razón por la cual somos tan remisos en aplicar nuevos inventos. Todo descubrimiento de las ciencias puras es potencialmente subversivo; incluso hasta a la ciencia debemos tratar a veces como un enemigo. Sí, hasta a la ciencia.
– ¿Cómo? – dijo Helmholtz, asombrado -. ¡Pero si constantemente decimos que la ciencia lo es todo! ¡Si es un axioma hipnopédico!
– Tres veces por semana entre los trece años y los diecisiete – dijo Bernard.
– Y toda la propaganda en favor de la ciencia que hacemos en la Escuela…
– Sí, pero ¿qué clase de ciencia? – preguntó Mustafá Mond, con sarcasmo -. Ustedes no tienen una formación científica, y, por consiguiente, no pueden juzgar. Yo, en mis tiempos, fui un físico muy bueno. Demasiado bueno: lo bastante para comprender que toda nuestra ciencia no es más que un libro de cocina, con una teoría ortodoxa sobre el arte de cocinar que nadie puede poner en duda, y una lista de recetas a la cual no debe añadirse ni una sola sin un permiso especial del jefe de cocina. Yo soy actualmente el jefe de cocina. Pero antes fui un joven e inquisitivo pinche de cocina. Y empecé a hacer algunos guisados por mi propia cuenta. Cocina heterodoxa, cocina ilícita. En realidad, un poco de auténtica ciencia.
Mustafá Mond guardó silencio.
– ¿Y qué pasó? – preguntó Helmholtz Watson.
El Interventor suspiró.
– Casi me ocurrió lo que va a ocurrirles a ustedes, jovencitos. Poco faltó para que me enviaran a una isla.
Aldous Huxley
«Los hombres civilizados son menos amables que los salvajes porque saben que pueden ser más descorteses sin correr el riesgo de que les partan la cabeza».
Estás conduciendo tu coche en una noche de tormenta terrible. Pasas por una parada de autobús donde se encuentran tres personas esperando:
1. Una anciana que parece a punto de morir.
2. Un viejo amigo que te salvó la vida una vez.
3. El hombre perfecto o la mujer de tus sueños.
¿A cuál llevarías en el coche, teniendo en cuenta que sólo tienes sitio para un pasajero?
Este es un dilema ético-moral que una vez se utilizó en una entrevista de trabajo.
Podrías llevar a la anciana, porque va a morir y por lo tanto deberías salvarla primero; o podrías llevar al amigo, ya que él te salvó la vida una vez y estas en deuda con él.
Sin embargo, tal vez nunca vuelvas a encontrar al amante perfecto de tus sueños.
El aspirante que fue contratado (de entre 200 aspirantes) no dudó al dar su respuesta.
Me encanta, y espero poder utilizarlo alguna vez en alguna entrevista.
¿Qué dijo?
Simplemente contestó: "Le daría las llaves del coche a mi amigo, y le pediría que llevara a la anciana al hospital, mientras yo me quedaría esperando el autobús con la mujer de mis sueños."
Cierto día se celebró un concurso para ver qué artista era capaz de reflejar en un cuadro la paz perfecta.
Debido a la importancia del mismo acudieron numerosos pintores venidos de distintas partes del mundo.
En total se presentaron más de cien obras que intentaban mostrar ese momento perfecto de calma y tranquilidad.
Unas mostraban preciosos atardeceres vistos desde una playa o desde la cima de una montaña, en otras se podían encontrar bonitos paisajes inundados por la luz del sol, por las flores o por la nieve.
Pero uno de los últimos días llegó una obra un tanto extraña, pues representaba todo lo contrario: era una escena en la que el mar golpeaba con furia las rocas y de las nubes salían varios rayos que llegaban hasta el agua.
Todas las obras presentadas se fueron mostrando a un respetado maestro budista que sería el encargado de elegir la ganadora.
El problema era que, conforme le llegaban, el maestro las iba rechazando todas.
—Pero… ¿no hay ninguna más, no hay alguna diferente? Todas estas no me sirven.
—No, maestro, ya le hemos traído todas las que se han presentado al concurso… aunque, bueno… en realidad sí que hay otro cuadro, pero no se lo hemos traído porque hemos pensado que su autor se ha confundido de temática.
—Bueno, si se ha presentado tengo que darle las mismas oportunidades que al resto, si podéis traerlo…
A los pocos minutos llegaron con la pintura.
—Esta es. Como puede observar representa un escenario totalmente contrario a la paz perfecta.
El maestro comenzó a analizar la obra, la estuvo observando minuciosamente y, de pronto, se le dibujó una sonrisa en el rostro.
—Ya tenemos obra ganadora —exclamó.
—¿Qué? —contestaron todos los presentes confundidos.
—Sí, sí… mirad, mirad ahí, justo en la rama de ese árbol. Observad ese pequeño pájaro que desde su nido observaba tranquilamente la tormenta.
Todos se quedaron sorprendidos al descubrir ese detalle.
—Paz no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin viento, sin lluvia… Paz significa que, a pesar de estar en medio de la tormenta, ese pájaro es capaz de mantenerse sereno y tranquilo. Ese es el verdadero significado de la paz perfecta.
Cuento sufí
En la corte real tuvo lugar un fastuoso banquete. Todo se había dispuesto de tal manera que cada persona se sentaba a la mesa de acuerdo con su rango. Todavía no había llegado el monarca al banquete, cuando apareció un ermitaño muy pobremente vestido y al que todos tomaron por un pordiosero.
Sin vacilar un instante, el ermitaño se sentó en el lugar de mayor importancia. Este insólito comportamiento indignó al primer ministro, quien, ásperamente, le preguntó:
– ¿Acaso eres un visir?
– Mi rango es superior al de visir – repuso el ermitaño.
– ¿Acaso eres un primer ministro?
– Mi rango es superior al de primer ministro.
Enfurecido, el primer ministro inquirió:
– ¿Acaso eres el mismo rey?
– Mi rango es superior al del rey.
– ¿Acaso eres Dios? -preguntó mordazmente el primer ministro.
– Mi rango es superior al de Dios. Fuera de sí, el primer ministro vociferó:
– ¡Nada es superior a Dios!
Y el ermitaño dijo con mucha calma:
– Ahora sabes mi identidad. Esa nada soy yo.
Cuento sufí
"Os lo aseguro, buenas y pobres gentes, gilipollas, infelices, baqueteados por la vida, desollados, siempre empapados en sudor, os aviso: cuando a los grandes de este mundo les da por amaros, es que van a convertiros en carne de cañón.”
Louis-Ferdinand Céline, “Viaje al final de la noche” (1932)
“¿Dioses? Tal vez los haya. Ni lo afirmo ni lo niego, porque no lo sé ni tengo medios para saberlo. Pero sé, porque esto me lo enseña diariamente la vida, que si existen ni se ocupan ni se preocupan de nosotros.”
Epicuro de Samos
Un viejo hombre, ya cercano a los noventa años, llevaba toda la mañana preparando un pequeño trozo de tierra en el jardín de su casa.
Había quitado las malas hierbas, había cercado con unas maderas un trozo de terreno y, con una pequeña pala, estaba cavando varios agujeros en el suelo.
Desde la casa de enfrente, su vecino lo había estado observando desde hacía ya más de una hora. Finalmente, preso de la curiosidad, se acercó para ver lo que hacía.
-Buenos días, vecino -le saludó.
-Buenos días -le contestó mientras abría una bolsa de semillas y las iba depositando en los agujeros.
-¿Qué está usted haciendo?
-Ah, esto... es que voy a plantar unos cuantos manzanos.
Su vecino no pudo contenerse y comenzó a reír a carcajadas.
-Pero, ¿en serio espera llegar a comer las manzanas que den esos árboles?
-Seguramente no -contestó el anciano-, pero toda mi vida he comido manzanas de árboles que no he plantado.
Cuento zen
“No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida”.
Simone de Beauvoir
Govinda, el gran predicador Sikh, leía las escrituras sentado en una roca cerca de un torrente.
Raghunath, su rico discípulo, se inclinó ante él y depositó, como ofrendas, dos hermosos brazaletes de oro adornados de piedras preciosas. Govinda cogió un brazalete y lo hizo girar entre sus dedos. De repente la joya resbaló de su mano, rodó por la roca y desapareció en los remolinos de la rápida corriente.
Raghunath lanzó un grito y saltó al torrente. Buscó el brazalete mucho tiempo, mientras Govinda leía las escrituras.
El día se apagaba cuando finalmente el discípulo, cansado y empapado, subió por la orilla.
– Si me pudieses indicar dónde ha caído, – le dijo a su maestro– seguro que podría encontrarlo.
Entonces Govinda cogió el segundo brazalete y lo tiró a los remolinos del agua, mientras decía:
– ¡Ha caído allí!
Rabindranath Tagore
Si los gobiernos están implicados en eso de ocultar lo de las visitas extraterrestres, entonces están haciendo su trabajo mucho mejor de lo que están haciendo con todo lo demás.
– Stephen Hawking -
Un grupo de profesionales, todos triunfadores en sus respectivas carreras, se juntó para visitar a su antiguo profesor.
Pronto la reunión se enfoco acerca del interminable estrés que les producía el trabajo y la vida en general.
El profesor les ofreció café, fue a la cocina y pronto regresó con una cafetera grande y una selección de tazas de lo más selecta: de porcelana, plástico, vidrio, cristal…, unas sencillas y baratas, otras decoradas, unas caras y otras realmente exquisitas.
Tranquilamente les dijo que escogieran una taza y se sirvieran un poco del café recién preparado.
Cuando lo hicieron, el viejo maestro se aclaró la garganta y con mucha calma y paciencia se dirigió al grupo:
-Se habrán dado cuenta de que todas las tazas que lucían bonitas, se terminaron primero y quedaron pocas de las más sencillas y baratas; lo que es natural, ya que cada quien prefiere lo mejor para sí mismo, ésa es realmente la causa de muchos de sus problemas relativos al “Stress”.
Continuó:
-Les aseguro que la taza no le añadió calidad al café, en verdad la taza solamente disfraza o reviste lo que bebemos.
Lo que ustedes querían era el café, no la taza, pero instintivamente buscaron las mejores, después se pusieron a mirar las tazas de los demás.
Ahora piensen en esto: La vida es el café, los trabajos, el dinero, la posición social, etc. son sólo tazas que le dan forma y soporte a la vida, y el tipo de taza que tengamos no define ni cambia realmente la calidad de vida que llevemos.
A menudo, por concentrarnos sólo en la taza dejamos de disfrutar el café.
Anónimo
"Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor"
Ni idea de quien lo dijo pero me resulta sugestiva
“Un científico puede afirmar que su obra no es él mismo, que es pura y simplemente la verdad impersonal. Un artista no puede esconderse detrás de la verdad. No puede esconderse en ninguna parte.”
Ursula K. Le Guin
"No te imagines que los demás tienen tanto interés en escucharte como el que tú tienes de hablar"
“No hay bandera lo suficientemente larga para cubrir la vergüenza de matar a gente inocente”.
Atribuida a Howard Zinn
Nunca te arrepientas de un día en tu vida.
Los días buenos dan felicidad, los días malos dan experiencias, los días peores dan lecciones y los días mejores dan recuerdos.
"El orgullo lleva consigo un castigo, la necedad".
Sófocles, Antígona
Un grupo de discípulos le preguntó una vez a su maestro:
-¿De dónde viene el lado negativo de nuestra mente?
El maestro se retiró un momento y enseguida regresó con un gigante lienzo en blanco. En medio del lienzo había un pequeño punto negro.
-¿Qué ven en este lienzo?, preguntó el maestro.
-Un pequeño punto negro, respondieron los discípulos.
El maestro dijo:
-Ese es el origen de la mente negativa. Ninguno de ustedes ve la enorme extensión blanca que lo rodea.
Cuento Zen
"Cuando la gente me pregunta si la división entre partidos de derecha y partidos de izquierda, sobre hombres de derecha y hombres de izquierda, todavía tiene sentido, lo primero que me viene a la mente es que la persona que hace la pregunta ciertamente no es un hombre de izquierda."
Alain Chartier (1868-1951).
Loco: afectado por algún grado de independencia intelectual; disconforme con las normas convencionales que rigen el pensamiento, el lenguaje y la acción, normas éstas que los "cuerdos" o "conformes" produjeron tomándose como medida a sí mismos. Que discrepa con la mayoría; en resumen, extraordinario.
Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído,
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.
Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quite la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montando en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena,
yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.
Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
Le regalé un costurero
grande, de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.
menéame