“Una buena acción es aquella que en sí tiene bondad y que exige fuerza para realizarla”.
Montesquie
Un día el lobo se dio cuenta de que los hombres lo creían malo.
—Es horrible lo que piensan y escriben —exclamó.
—No todos —dijo un ermitaño desde la entrada de su cueva, y repitió las parábolas que inspiró san Francisco. El lobo estuvo triste un momento, quiso comprender.
—¿Dónde está ese santo?
—En el cielo.
—¿En el cielo hay lobos?
El ermitaño no pudo contestar.
—¿Y tú qué haces? —preguntó el lobo intrigado por la figura escuálida, los ojos ardidos, los andrajos del ermitaño en su duro aislamiento. El ermitaño explicó todo lo que el lobo deseaba.
—Y cuando mueras, ¿irás al cielo? —preguntó el lobo conmovido, alegre de ir entendiendo el bien y el mal.
—Hago por merecer el cielo —dijo apaciblemente el ermitaño.
—Si fueras mártir, ¿irías al cielo?
—En el cielo están todos los mártires.
El lobo se le quedó mirando, húmedos los ojos, casi humanos. Recordó entonces sus mandíbulas, sus garras, sus colmillos poderosos, y de unos saltos devoró al ermitaño. Al terminar, se tendió en la entrada de la cueva, miró al cielo limpiamente y se sintió bueno por primera vez.
Manuel Mejía Vallejo