Un hombre paseaba por la selva cuando, de pronto, bajo sus pies, comenzó a moverse el suelo.
En ese momento se dio cuenta de que había pisado arenas movedizas. En un principio intentó saltar, moverse rápidamente para escapar de allí, pero con cada movimiento que realizaba lo único que conseguía era hundirse aún más.
Finalmente, tras ver que era inútil su esfuerzo, dejó de luchar y comenzó a observar tranquilamente cómo le desaparecían las rodillas, luego los muslos, a los minutos la cintura...
Y así continuó hasta que, tras varias horas, la arena comenzó a taparle la boca.
Fue en ese momento cuando comenzó a ponerse nervioso y a gritar pidiendo ayuda.
-¡Socorro! ¡Socorro! -gritaba cada vez más fuerte- ¡Socorro!
Afortunadamente, a los pocos minutos, apareció un pastor que estaba por la zona.
Al verlo buscó rápidamente una rama para ofrecérsela y poder sacarlo de allí.
El hombre que se estaba ahogando agarró un extremo de la rama, pero no hizo el esfuerzo necesario para salir del todo. Cuando consiguió sacar la mitad de su cuerpo y la arena le llegaba por la cintura, soltó la rama.
-¡Pero venga! -gritó el pastor- ¡Vuelva a coger la rama y salga de una vez!
-No, no me hace falta salir, aquí estoy bien, tan solo quería poder respirar.
Cuento zen