Supongamos que empezamos siendo una semilla, sin más, sin espacio ni tiempo (que Kant nos perdone): una semilla de dimensión cero. No se sabe cómo ni por qué, empezamos a germinar y va brotando. Poco a poco tendremos un incipiente tallo, ya “nos movemos” en una línea; podemos decir que nuestro espacio tiene dimensión uno. Llegará un momento en que de nuestro tallo parta la primera rama; una segunda dirección por la que podemos tirar, por tanto.
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