Conocí a Xavier Rubert de Ventós en Nueva York en 1978. Yo iniciaba los estudios doctorales en la New York University. Enseñaba castellano en pareja con Esther Frankel, una estudiante de Curaçao, brillante, bella, seductora, y buena amiga. Un día Esther me dijo, «Oh, Mary Ann, I’ve met the most sensitive man in the world. He’s from Barcelona, his name is Javier, and he looks like a bird. You have to meet him, you who love everything Catalan.»
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