La imagen del burdel que se representan quienes jamás han pisado uno suele ser sórdida. Algo así como antros de carretera a los que acude la chusma masculina para saciar su sed de alcohol y sexo con mujeres de malvivir o forzadas por las mafias que trafican con personas. El libro sobre el que versa esta columna, “viviendo en el burdel”, es una enmienda a la totalidad del concepto de prostíbulo que existe en el imaginario colectivo.
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