Cuando cumplió los cuatro años, fue prometida al entonces infante Alfonso, futuro Alfonso X el Sabio, por parte de su padre Fernando III, el único rey-santo español. Con una Castilla fuerte y en plena expansión (Fernando había conquistado Badajoz, Jaén, Córdoba y Sevilla, donde estableció su corte), se deseaba la buena relación entre los dos reinos más importantes de la península, tanto por ellos como por parte del Papa y la Orden de Santiago, entonces muy poderosa, para así poder ejercer una política exterior más homogénea.
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