José Antonio Primo de Rivera dedicó amplios esfuerzos desde el comienzo de la Segunda República, desde el Parlamento y en la calle, a paralizar e interrumpir los procesos políticos de enjuiciamiento de la corrupta y brutal dictadura de su padre, y a proponer agresivamente una visión esencialista e innegociable de la nación, subrayando siempre su punto de vista y su voz como una mirada privilegiada y superior a las del resto. Sus escuadrones falangistas incendiaron las calles, provocando un intenso periodo de violencia y conflictos sociopolítico
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