En las obras literarias, sean escritas o audiovisuales, los anacronismos léxicos afean el texto y restan verosimilitud; los sintácticos, también, pero se notan menos. Así, es una pena que en una obra audiovisual ―original o traducida― en la que se ha gastado un dineral en vestuario y maquillaje, tras un enorme esfuerzo de localización de exteriores, con un trabajo ímprobo de reproducción de mobiliario y con un estudio profundo de las armas y los animales, aparezca un tipo del siglo XVII y suelte un «y punto».
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