Desde la ventanilla del avión la Tierra parece girar más rápido. A doce kilómetros del suelo las ciudades son pequeñas manchas bidimensionales en una infinita superficie monocromática, las cordilleras parecen de juguete y el azul del cielo lo invade todo. En el aire la vida está en pausa: el interior de un avión es el no-lugar por excelencia, un espacio anónimo donde las normas que rigen a ras de suelo han quedado momentáneamente suspendidas. El viajero está yendo del punto A al punto B, pero no está en ninguno de los dos. (...)
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