El día 1 de enero de 1901, una familia pobre del barrio de San Andrés se convirtió en la más afortunada de todo Valladolid. No, no recibió una herencia fabulosa de un pariente de América, ni un hijo torero firmó un contrato millonario. No: el matrimonio acababa de tener una hija. Una niña en esos tiempos no era la mejor noticia, pero aquella niña vino con algo más que un pan debajo del brazo.
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