En el Salazar se hablaba el euskera autóctono, un dialecto de la lengua vasca, que estaba muy vivo hasta finales del XIX y la primera mitad del XX, en las décadas de los años 20 y 30. Es a partir de ese momento cuando se inicia su abandono paulatino, cortándose totalmente la transmisión familiar. Fue precisamente en estos años cuando Federico Garralda Argonz se convirtió en cronista del final de un dialecto: el salacenco.
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