El 23 de julio de 1914, el embajador austro-húngaro en Belgrado entregaba al gobierno serbio un ultimátum como respuesta al asesinato en Sarajevo, el 28 de junio anterior, del heredero al trono imperial, Francisco Fernando de Austria. Concienzudamente redactado para que su aceptación fuera imposible, su rechazo propició la guerra entre ambos países y, al prender las respectivas cadenas de alianzas, provocó la I Guerra Mundial.
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