No; ni eran locos, ni fanáticos, ni chicos sin estudios a los que el Estado había lavado el cerebro. Su perfil se correspondía, más bien, con el de prometedores estudiantes especializados en derecho, literatura y arte a los que su sentido del deber les llevaba a poner la vida al servicio de Japón para conseguir detener el avance Aliado en el frente del Pacífico.
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