Su negocio de gasolineras le permitió coleccionar coches y, entre cuadriciclos y otras extravagancias, un día se compró un tanque. Aquello le cabreó mucho, porque un periodista le preguntó por él. Le dijo que sí, que lo tenía, y que lo había conducido una o dos veces, para probarlo y ver cómo iba ¡No era para tanto! Pero el plumilla fue con eso en un reportaje, «conduce un tanque», y le cabreó bastante. Tanto que se deshizo de él, aunque la anécdota ha quedado para los restos.
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