Nuevo, en el siglo XX, fue el interés por conservar para generaciones posteriores lo que nos han legado las anteriores, la conciencia de que el patrimonio no es solo nuestro, sino de la humanidad en su conjunto, la formación académica cada vez más extendida de las personas y, por encima de todo, la consideración de las obras de arte como objetos dignos de ser contemplados por puro goce estético y, en consecuencia, desafectados de corrientes ideológicas —aunque no todos, como sabemos—.
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