Son las siete de la mañana y un grupo de turistas cruza el puente que une Virginia y Washington, la capital americana. Asomándose a la barandilla —y con cierta cara de sorpresa— observan lo que parece ser una boya que sube y baja, y poco a poco va acercándose a la orilla. La boya, que resulta ser un corpulento hombre desnudo, sale del agua helada y corre hacia su toalla para secarse. Es el mes de diciembre de 1901 y el viento no perdona. Tras vestirse, Theodore Roosevelt emprende el camino de vuelta hacia la Casa Blanca.
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