Davis diseñaba varias ideas musicales que le presentaba a los directores, sobre las que más tarde decidían entre los tres para determinar cuál sería el mejor enfoque para la película. El resultado fue una partitura sofisticada, disruptiva y efectiva, que combinaba con acierto y desprejuicio momentos de un jazz descarnado con paisajes sonoros orquestados con exuberancia y atrevimiento, que transmitían esa sobrecogedora atmósfera de tensión sobrecargada que llenaba aquella historia de múltiples traiciones.
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