Cuando nos reapropiamos de un insulto, lo que estamos haciendo es abrazar con alegría aquello con lo que los otros aspiraban a estigmatizarnos, dejando claro que no sentimos ninguna vergüenza ni deshonra por aquello que intentan afearnos. (...) Los insultos funcionan como el dinero o como el prestigio: solo tienen valor mientras el grupo se lo otorgue, así que si el propio colectivo insultado pasa a autodenominarse con el término con el que se le intenta ofender, el insulto deja de funcionar.
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