A mediados del siglo XX, los pocos investigadores que se preguntaban sobre cómo se almacenan las palabras en nuestro cerebro pensaban en un listado a modo de diccionario en el que se vinculaban los sonidos o las letras con los significados. Esa es la imagen que muchos todavía tienen sobre cómo se guarda el léxico en nuestra memoria. A partir de la década de los ochenta, sin embargo, las investigaciones de autores como Aitchison descubrieron que la realidad es muy diferente.
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